Vida contada

Somos animales narrativos pues ya se contaba alrededor de la hoguera en la noche de los tiempos, en cualquier lugar del planeta.

A poca que escarbemos en nuestra cultura encontramos restos de los relatos de otras anteriores, como descubrimos los cimientos de templos antiguos bajo los erguidos por una civilización posterior. Los mitos griegos por ejemplo, permanecen enterrados bajo nuestras narraciones y si nos adentramos en el imaginario colectivo, hallamos ecos de Teseo perdido en el laberinto, de Sísifo levantando una piedra que sigue cayendo eternamente, de Ulises intentando volver a casa o Casandra advirtiendo de sus predicciones. Todos esos relatos siguen vivos porque nacieron para simbolizar pasiones, miedos y luchas esenciales de la naturaleza humana. De entre todos los motivos, explicaciones psicológicas o antropológicas, que pretenden esclarecer esa necesidad de contar historias y si se pudiera dar nombre a todo lo que sucede, sobrarían las historias.

La vida suele superar a nuestro vocabulario. Las formas que habitan la imaginación son inefables, y el espejo de las palabras sólo reflejan una sombra de aquello que se debate en nuestro cerebro.

De alguna manera, toda vida narrada es ejemplar: defender un sistema del mundo, para definirnos de una forma propia.

Reflexionar, hablar y escribir son maneras de transformar estructuras profundas en estructuras de superficie. (Lázaro Carreter).